VII
En este tiempo él ha entrado en mí, en contadas ocasiones, y siempre de modo callado y respetuoso, como consecuencia de los escasos aumentos habidos en mi libido.
Había pasado tanto tiempo, un año y algunos meses, sin que tuviese noticias tuyas, que él llego a creer que tu existencia no era real. En Noviembre del pasado año, en uno de los contados momentos íntimos que vivimos, me interrogó -¿no me has comentado nada de cómo va tu amor con ese misterioso hombre del que me hablaste?-. Ignoro porque me molestó su comentario y reaccioné lanzándole a la cara.-lo sucedido casi dos años antes, lo hice con saña, queriendo hacerle daño, sin piedad. Le relate detalladamente los momentos de amor y pasión que había vivido contigo, me di cuenta que en lugar de sentirse humillado, su deseo sexual, fue en aumento. Me hizo el amor, con una intensidad que no recordaba de ningún otro momento. El rememorarlos produjo en mí una avidez desaforado por ti. Y a ésta me entregue sin límite. Cuando el orgasmo estaba por llegar exclamé, sin darme cuenta, -Nano, amor mío, ven a por mí, llevame contigo-. Su culminación, se unió a la mía. Al recuperarse prorrumpió -¡Nano! Ese niño. ¿Ese niño, es el hombre? Ahora lo entiendo. Ahora me explico porque no he sido capaz de descubrir quien era, quien podía pensar en él, inesperado comportamiento en un niño-. Y apartándose de mí. Dijo –ámalo-.
A las dos semanas, supe que estaba embarazada. Tu hija, porque no tengas la menor duda de que es tu hija, fruto de nuestro amor. De no ser así, mi ser no hubiera permitido que la engendrase, estaba comenzando su lucha para llegar a conocerte.
Escuché calladamente su narración, mientras lo hacia se fueron dando en mi, sentimientos encontrados, sentimientos de celos, de miedo, de orgullo, de delirio, de poder. La incorporé y resolví llegado el momento de dominarla. Me dispuse a tomarla cuanto quisiera, a recuperar el tiempo perdido. Me detuvo con una observación, -amor mío todavía estoy en la cuarentena. Si entras en mí y te descargas es seguro que me fecundarás, y quedarme embarazada tan pronto no seria bueno, para mí y sobre todo para la niña.-, -No haberla tenido-, respondí. Sobraba el comentario, con tomarla habría bastado, era seguro que no se hubiese opuesto, pero estaba enfadado, no había sido capaz de respetar mi ausencia y ahora, me pedía que no entrase en ella, que no descargara mi esencia en su seno. No estaba dispuesto a que así fuese. Por otra parte, también estaba enfadado, por haberme privado de gozarla embarazada, el sólo imaginarla en este estado me situaba al borde del paroxismo y elevaba mi apetito a su punto más álgido. No respondió, con mi lengua, experta ya en tactos y sabores, la fui recorriendo puntualizadamente con mis labios, ilustrados ya en caricias y ternuras, la fui besando sin mesura. Besé sus ojos, degusté su boca, rocé sus orejas, en las que mi lengua, se mostró juguetona. Sus pezones fueron para mi fuente de leche, dulce y templada que saboreé ávido, como niño, y a lo que solo puso fin el recuerdo de que era manjar imprescindible para mi niña. Mi lengua libó en cada rincón de su humedad, mis labios succionaron golosos su clítoris, mi nariz friccionó el vértice de su hendidura. Viví en primera plana cada una de sus venidas, que descargaron en mi cara su flujo embriagador. Mis dedos, índice y corazón, untados en sus néctares, fueron relajando el esfínter de su ano. Mientras lo masajéaba, su mirada era seria, su expresión resignada. Cuando consideré llegado el momento, la situé con sus posaderas en alto, su mirada seguía siendo seria, pero además suplicante, como diciéndome, nunca me han sodomisado. Respondiendo a mi propia pregunta dije, si si le voy a hacer el culo, es mío y se lo voy a hacer, hasta que mi falo entre como en un fino guante. Y colocándolo en el acceso de éste, despaciosamente; solo quería penetrarla, no poseerla: se lo fui introduciendo, sin dejar de vigilar sus muecas, estaba sufriendo de modo callado, podía comprobar que le dolía. Tan solo había introducido el prepucio, pero no resistía verle sufrir, y cesé en la penetración, suspiró relajada, pero cuando coloqué sus piernas alzadas hasta que sus rodillas se unieron a sus pezones, supo que la iba a invadir, que mi polla se imponía a mi razón, como así fue. Entré en un recinto, durante tanto tiempo añorado, y comencé; a lo que no hay mejor palabra que lo defina: follármela, a follármela con placer, con dominación, con lujuria. Presentir la llegada de mi corrida, ella también. Su pesar fue en aumento, me miraba con amor pero a su vez con desconsuelo. Estaba apunto de descargar dentro, pero salí de ella, y me recibió en su vientre, mientras su mirada, que no sabría describir y no podré olvidarla nunca, sigue indeleble en mi pensamiento.
En este tiempo él ha entrado en mí, en contadas ocasiones, y siempre de modo callado y respetuoso, como consecuencia de los escasos aumentos habidos en mi libido.
Había pasado tanto tiempo, un año y algunos meses, sin que tuviese noticias tuyas, que él llego a creer que tu existencia no era real. En Noviembre del pasado año, en uno de los contados momentos íntimos que vivimos, me interrogó -¿no me has comentado nada de cómo va tu amor con ese misterioso hombre del que me hablaste?-. Ignoro porque me molestó su comentario y reaccioné lanzándole a la cara.-lo sucedido casi dos años antes, lo hice con saña, queriendo hacerle daño, sin piedad. Le relate detalladamente los momentos de amor y pasión que había vivido contigo, me di cuenta que en lugar de sentirse humillado, su deseo sexual, fue en aumento. Me hizo el amor, con una intensidad que no recordaba de ningún otro momento. El rememorarlos produjo en mí una avidez desaforado por ti. Y a ésta me entregue sin límite. Cuando el orgasmo estaba por llegar exclamé, sin darme cuenta, -Nano, amor mío, ven a por mí, llevame contigo-. Su culminación, se unió a la mía. Al recuperarse prorrumpió -¡Nano! Ese niño. ¿Ese niño, es el hombre? Ahora lo entiendo. Ahora me explico porque no he sido capaz de descubrir quien era, quien podía pensar en él, inesperado comportamiento en un niño-. Y apartándose de mí. Dijo –ámalo-.
A las dos semanas, supe que estaba embarazada. Tu hija, porque no tengas la menor duda de que es tu hija, fruto de nuestro amor. De no ser así, mi ser no hubiera permitido que la engendrase, estaba comenzando su lucha para llegar a conocerte.
Escuché calladamente su narración, mientras lo hacia se fueron dando en mi, sentimientos encontrados, sentimientos de celos, de miedo, de orgullo, de delirio, de poder. La incorporé y resolví llegado el momento de dominarla. Me dispuse a tomarla cuanto quisiera, a recuperar el tiempo perdido. Me detuvo con una observación, -amor mío todavía estoy en la cuarentena. Si entras en mí y te descargas es seguro que me fecundarás, y quedarme embarazada tan pronto no seria bueno, para mí y sobre todo para la niña.-, -No haberla tenido-, respondí. Sobraba el comentario, con tomarla habría bastado, era seguro que no se hubiese opuesto, pero estaba enfadado, no había sido capaz de respetar mi ausencia y ahora, me pedía que no entrase en ella, que no descargara mi esencia en su seno. No estaba dispuesto a que así fuese. Por otra parte, también estaba enfadado, por haberme privado de gozarla embarazada, el sólo imaginarla en este estado me situaba al borde del paroxismo y elevaba mi apetito a su punto más álgido. No respondió, con mi lengua, experta ya en tactos y sabores, la fui recorriendo puntualizadamente con mis labios, ilustrados ya en caricias y ternuras, la fui besando sin mesura. Besé sus ojos, degusté su boca, rocé sus orejas, en las que mi lengua, se mostró juguetona. Sus pezones fueron para mi fuente de leche, dulce y templada que saboreé ávido, como niño, y a lo que solo puso fin el recuerdo de que era manjar imprescindible para mi niña. Mi lengua libó en cada rincón de su humedad, mis labios succionaron golosos su clítoris, mi nariz friccionó el vértice de su hendidura. Viví en primera plana cada una de sus venidas, que descargaron en mi cara su flujo embriagador. Mis dedos, índice y corazón, untados en sus néctares, fueron relajando el esfínter de su ano. Mientras lo masajéaba, su mirada era seria, su expresión resignada. Cuando consideré llegado el momento, la situé con sus posaderas en alto, su mirada seguía siendo seria, pero además suplicante, como diciéndome, nunca me han sodomisado. Respondiendo a mi propia pregunta dije, si si le voy a hacer el culo, es mío y se lo voy a hacer, hasta que mi falo entre como en un fino guante. Y colocándolo en el acceso de éste, despaciosamente; solo quería penetrarla, no poseerla: se lo fui introduciendo, sin dejar de vigilar sus muecas, estaba sufriendo de modo callado, podía comprobar que le dolía. Tan solo había introducido el prepucio, pero no resistía verle sufrir, y cesé en la penetración, suspiró relajada, pero cuando coloqué sus piernas alzadas hasta que sus rodillas se unieron a sus pezones, supo que la iba a invadir, que mi polla se imponía a mi razón, como así fue. Entré en un recinto, durante tanto tiempo añorado, y comencé; a lo que no hay mejor palabra que lo defina: follármela, a follármela con placer, con dominación, con lujuria. Presentir la llegada de mi corrida, ella también. Su pesar fue en aumento, me miraba con amor pero a su vez con desconsuelo. Estaba apunto de descargar dentro, pero salí de ella, y me recibió en su vientre, mientras su mirada, que no sabría describir y no podré olvidarla nunca, sigue indeleble en mi pensamiento.
a¡Vamos! y se podra quejar el "Mamonaso".
ResponderEliminarSi es que ya se lo he dicho, hay tipos con una garta de suerte y de cara dura.
ResponderEliminaraa.tt