lunes, 28 de enero de 2008

FELIZ CUMPLEAÑOS

A pesar del tiempo transcurrido, aún me resulta inolvidable, un instante de mi vida:
Despertaba el día esplendorosamente, el sol hacía su aparición por el horizonte, la noche se consumó, en la práctica de mi deporte favorito, la pesca, no tenía de qué quejarme, las capturas habían sido suficientes.
De modo súbito, mi amigo Iván exclamó con su cálida voz caribeña: -¡atiende compañero!, ¿alguna vez te hablé de Lucrecia?; -¿de quién de esa chica que vive junto a tu casa?-, -Si- afirmó, -¡claro!, estoy por asegurar, que ésta es, la que hace treinta veces, que la mencionas esta noche-, -¡mira compañero!, la amo, ¿te lo dije?. La amo, ¿entiendes lo que quiero decir?-,-supongo que sí-, asentí, -¡mira compañero!, cuando la contemplo, siento que todo mi cuerpo se estremece, cuando acaricio su piel, y estrecho su talle, una luz cegadora se adueña de mi pensamiento, ¡compañero!, cuando susurra que me ama, los latidos de mi corazón son tantos y tan violentos, que parece no ser suficiente el oxígeno que le hago llegar, con mi respiración entrecortada, ¡mira compañero!, en tu país sé que decís, que en estas ocasiones se está en el séptimo cielo, yo no creo en el cielo, pero si es algo, que se asemeja a lo que siento en esos momentos, no me importaría morir para estar siempre junto a ella, en ese lugar-. Mientras escuchaba su relato, mi mente fue recontando de modo automático, todas y cada una, de las veces que me había dicho que la amaba, lo que sólo había sido un comentario al azar, terminó por convertiste en un hecho muy real, habían sido exactamente treinta, las ocasiones en que Iván dijo, o mejor, gritó su adoración por Lucrecia. Algunas copas de rom, compartieron conmigo tan larga vigilia, y entre sus brazos sensuales, una ligera somnolencia se fue apoderando de mí. Iván de manera reiterada, continuaba su salmodia, -¡mira compañero!, ya sé que es mayor que yo, ya sé que tiene cuarenta años, que no es frecuente que sea así, pero que importa, la amo, ¡compañero!, la amo-.
El agua estaba templada, mis pies dentro de ella, así me lo corroboraban, la brisa marina acariciaba cada poro de mi piel, aliviando el suave calor de la mañana; recostado en la arena, el peso de mi cuerpo, libre de cualquier dolor ni molestia, resultaba inmaterial, en mi imaginación se recrearon los instantes vividos horas antes con una preciosa muchachita de bruñida piel morena, y los que viviría a mi regreso a España. No tenia nada, no quería nada, las preocupaciones, que eran muchas, parecían no existir, y disfrutaba del dulce dolor, que la añoranza de mi tierra lejana, producía en mi. En la distancia sonaba un sensual son cubano de caliente ritmo, mi amigo Iván, seguramente también bajo el efecto del rom, persistía en el relato de su amor, y la pasión que despertaba en él aquella mujer de cuarenta años. Imprevistamente, dentro de mi, se fue produciendo un fenómeno que llegó a asustarme, semejante éxtasis sólo podía provocarlo la paz celestial; por unos momentos creí que ya no formaba parte de este mundo, la solución llegó tan de improviso como la consideración del fenómeno, simplemente era absoluta, total, e inmensamente feliz. El tomar conciencia de este hecho, me devolvió a la realidad cotidiana, corría el verano español del año de gracia de 1973.

A lo largo del resto de mi vida he llegado a creer que se había repetido ese instante en algunas otras ocasiones. Pero o la brisa marina no acariciaba cada poro de mi piel, o el agua estaba fría, o mi cuerpo se encontraba pesado y dolorido, o estaba sin recursos, tieso, o la preciosa muchacha de bruñida piel morena, brillaba por su ausencia, o en fin, el dulce dolor de la añoranza hacía mutis por el foro. La realidad es que siempre he pensado, que el principal obstáculo que ha impedido que no haya sido así, sin la menor duda no es otro, que la ausencia de mi amigo Iván, exclamando, con su cálida voz caribeña: -Mira ¡compañero!, ¿alguna vez te hablé de Lucrecia?, mira ¡compañero!, la amo ¿te lo dije? La amo-. Etc...etc.

Cariño, te deseo que cada día del resto de tu vida, venga provisto de un instante de felicidad semejante al que yo viví, al que sin la menor duda, mucho contribuyó el amor que a mi amigo Iván le hacia sentir Lucrecia, una maravillosa mujer de cuarenta años.

Solo te diré que, paradójicamente y a pesar del tiempo transcurrido, ahora estoy empezando a comprenderle.

El escribidor
Nov/97

2 comentarios:

  1. Suena muy mágico, gracias por compartir esto.
    Los esotéricos dirían "desdoblamiento" tal vez? qué importa.
    Un abrazo,

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  2. Reconozco mi ignorancia, como en tantas cosas, en el campo del esoterismo, solo mencionarte que fue un momento esplendido y que no se ha vuelto a repetir, lo han hecho otros también esplendidos pero no iguales, por ejemplo el de haber tenido la oportunidad de relatárselo y que me sirviese de felicitación para mi mujer, que en esos momentos aun no lo era.

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