miércoles, 16 de enero de 2008

LA OBSESIÓN, EL DESEO capítulo V

V
Viví pendiente, cada vez más pendiente, de las sonrisas insinuadas, de los cuchicheos en voz baja, del deprecio en la mirada de alguien de mi entorno, de cómo podría responder si me interrogaban sobre lo sucedido, a mis hijos. Viví sumida en la desesperación y en la tristeza más profunda, avergonzada, reprochándome permanentemente mi debilidad. No quise darme cuenta de que también viví añorándote, amándote, recordando cada momento, cada instante de lo pasado. Creí perder la cordura, hasta el punto de que todos me preguntaban que me pasaba, que tenia, por que vivía en un abatimiento tan hondo. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que todo lo que había imaginado que pasaría, no pasó. Eras un hombre, todo un hombre. Y comencé a amarte más si es, que era posible.
La escuché sin decir nada, tan sólo la miraba, y entendía y compartía su dolor silencioso, intentando demostrarle con este gesto que recorría con ella el largísimo camino de ida a la demencia y regreso a la cordura, y que la amaba sin límite.
Continuó diciendo, -cuando comprendí, que no habías dicho nada y que nunca lo harías, mis preocupaciones empezaron a ser otras. Me sentía dividida entre mi corazón que te amaba cada vez más, y mi cerebro que me decía, que era una desleal traidora.
Él conocía que cuando me pidió en matrimonio, yo no lo amaba éramos amigos de la pandilla, y estaba al tanto, fehacientemente, de quien había sido mi gran amor, al que una gran desgracia, de modo irreparable, separó de mí. Me encontraba sumida en una recóndita pena que me consumía y de la que no conseguía salir, cuando me habló de modo directo, declarándome el amor, sincero y callado, que sentía por mí desde siempre. Callado, pues conociendo lo que sentía yo, había decidido permanecer en silencio. Sincero, por que el largo tiempo de espera sin esperanza no lo mudó en lo más mínimo, sino que lo fue acrecentando, según me dijo. Se me descubrió como un hombre leal y respetuoso. De ser honrado y trabajador tenia pruebas. Tenía un buen empleo, ganaba un buen dinero, y eso era algo de lo que no andábamos sobrados en mi casa paterna. Mi padre trabajó duramente toda su vida para sacar adelante a su familia. Mi madre, mi hermana mayor, ya casada en esa época, yo y mi hermano menor, algo escaso de inteligencia; pero nunca lo consiguió del todo. Me ofreció hacerse cargo de los gastos de la boda y me convenció, que si bien sabía que no lo amaba, estaba seguro que con el tiempo terminaría por quererlo. Y tome la decisión de compartir la vida con una persona que no amaba, pero que me quería y terminé queriendo.
Me atormentaban las dudas y decidí poner fin a la situación hablándole directamente de lo sucedió, a pesar de estar segura de cuanto me jugaba, pero ya no podía seguir viviendo en el desasosiego, y los sentimientos de traición y amor que crecían constantemente, y sin medida. Habían pasado cuatro meses desde el suceso.
Provista del valor necesario, una noche en la intimidad de la alcoba le comenté lo acontecido, sin entrar en detalles, le dije -He tenido, lo que en principio consideré una aventura amorosa, pero que estoy segura, que es el amor de mi vida, con un hombre al que amo profundamente aunque tengo la certeza de que mi amor es imposible-. Me miró con mirada desorbitada, con una expresión que me aterrorizó, me obligó a que se lo repitiera y, agarró bruscamente mi cuello con sus dedos tensos, comenzó a apretarlo y llegué a lo conclusión de que me mataría. No fue así, me soltó, y levantando su mano derecha hizo el ademán de ir a pegarme una bofetada, pero no concluyó, y dejándose caer sobre su lado de la cama, escondió la cabeza entre sus manos. Se hizo el silencio en la oscuridad del dormitorio, un silencio tenso, que se podía cortar, se alargó tanto en el tiempo hasta el punto de que empecé a caer en un sueño inquieto, y en un momento, de modo violento e inesperado, lo sentí sobre mí, rompió el camisón de dormir y tomó, de modo brutal, mi cuerpo desnudo, haciéndome daño despiadadamente sin decir una sola palabra. En los veinte años que llevábamos casados, me había penetrado muchas veces pero siempre de modo correcto y delicado, este modo de actuar había hecho que en muchas de estas ocasiones, no me opusiese a que me poseyera, a pesar de que en contadas la penetración fuese placentera. Cuando descargó su furia regresó a su lado de la cama. Me sentí vejada ofendida, maltratada, unas lágrimas calladas recorrieron mis mejillas. El cansancio fue venciéndome, y caí en un sueño profundo. No sé en que momento desperté porque sus manos apartaban lo que quedaba de camisón con el que había intentado cubrir mi cuerpo, y sobre mi, otra vez, entró de nuevo, aun más violento si cabe. Y mientras me penetraba y mordía con crueldad mis labios y apretaba con saña mis pechos decía, -Dime puta, así te ha follado el tío, dime, tiene la polla tan grande y dura como ésta..- y así, hasta que se corrió dentro de nuevo. No lo pude resistir más y rompí en un llanto desconsolado. Me ignoró y regresó a su posición en la cama, yo tardé en conciliar el sueño, pero al amanecer, unos ligeros golpes de su mano me despertaron, con una mirada que para mí resultó sumamente extraña, y con la delicadeza que conocía en él, me interrogó., lo hizo con amor, con ternura, como si la luz que se abría paso, hubiera derrotado por completo la terrible y tenebrosa vigilia vivida. Con su mirada oscura, rendida e infinitamente triste me preguntó. -¿Cuanto tiempo hace de lo sucedido? Muchos meses cinco. Me pregunto ¿que si había habido posesión? ¿Qué si me hiciste tuya en totalidad? ¿Qué si me penetraste? ¿Qué cuantas veces? ¿Que si te recibí en mi boca? ¿Que si me habías hecho sodomía? Todas mis respuestas fueron negativas. De modo alterado dijo, -No lo entiendo, por favor no me vuelvas loco ¿Cómo es posible? Cuéntamelo todo, pormenorizadamente, todo lo sucedido-. Él seguía produciéndome algo de miedo, asentí y comencé mi relato. Reconozco que, en principio, procuré que éste fuese lo más aséptico posible, pero la misma narración formó imágenes en mi pensamiento tan reales, que con el recuerdo de éstas, el evocar y revivir, momentos tan apasionantes, fue todo uno. Abstraída en mí argumento, no caí en la cuenta de que mientras éste se producía, él, imitando todo lo que iba sucediendo, entró en mí. Tan absorta estaba que de no ser por sus reiteradas palabras de amor, anunciándome su llegada no me hubiese dado cuenta, Y sin poder, o quizás, sin querer evitarlo, mi cuerpo, joven y sano, tras las reiteradas penetraciones, respondió secundándolo en su venida. Ambos quedamos exhaustos tras los momentos tan intensos vividos, el silencio en las palabras y la respiración entrecortada, que se iría serenando con el mutismo, se impuso.
Apoyado sobre su codo izquierdo y mi costado derecho, mirándome fijamente, comenzó a decirme, -Por favor, te ruego que me perdones, que disculpes mi violencia de esta noche, no la he podido contener. Desde hace veinte años que nos casamos he estado esperando con terror el momento que ayer me revelaste. Pero no por esperado resulta menos doloroso. Ayer surgieron de tu boca las palabras que en multitud de ocasiones han desvelado mis sueños. Siempre he sabido que no me amabas, pero el tiempo me fue demostrando que algo me querías, y el miedo a la posibilidad de que surgiese otro hombre, que te arrebatara de mi lado, se había alejado; por eso cuando me lo dijiste, un odio destructor, y una irrefrenable meta de hacerte daño con mis propias manos, se apoderó de mí, recabando por fin ambos, en el dolor y el deseo de autodestrucción. En un primer estadio, la autodestrucción: me dije, hazla tuya sin contemplaciones, poséela, viólala, goza de su adorado cuerpo, por última vez. En un segundo estadio: el dolor, me pregunté ¿por qué me causa tanto dolor? ¿Quién es? ¿Qué tiene, que no tenga yo? ¿No lo puede hacer mejor que yo? He estado veinte años pendiente de ella, pendiente de hacerle el amor cuando entendía que estabas menos opuesta, más receptiva. Agradeciéndote cada momento, cada ocasión que me permitías entrar en ella. Y mi dolor me llevó a poseerte de nuevo diciéndote lo que te dije. Al amanecer he comprendido que si tú lo amabas tenía que ser un buen hombre. Tú no podías amar a alguien que no lo fuera, que tampoco podía ser un encoñamiento, que estaban nuestros hijos, tus hijos, que son lo que más amas del mundo. Tenia que preguntarte si era algo muy reciente o ya había pasado tiempo, cuando has contestado que cinco meses, me he dicho, la quiere, tanto tiempo sin haber tenido ningún signo de lo ocurrido. En la sociedad de los hombres, las noticias taurinas, se extienden como reguero de pólvora. Demostraba que te respetaba y si te respetaba tanto era porque te amaba. Esto para mi era la peor de las noticias. Por eso te he interrogado, por eso he indagado, por eso cuando te he notado absorta en el recuerdo de tu amado, le he hecho el amor a mi amada. Entiendo que me he comportado como un parásito y, que he vivido y sentido tu pasión para otro y, que has vivido y sentido la que para ti era la pasión de otro, pero nunca lo podré olvidar, nunca podré olvidar que por primera vez mi mujer, había sido completa entera, y conjuntamente, par mí, la siempre y, durante veinte años, añorada hembra. Te ruego que no me dejes, que sigas viviendo esta situación con la vives. Yo fingiré que no se nada. Te quiero tanto, te amo tanto, te deseo tanto que el sólo pensar que te alejes de mí me resulta inadmisible y destructivo. Quédate a mi lado, sigue junto a mí, yo seguiré siendo el hombre que siempre he sido contigo. No me abandones. No me dejes sin mis hijos y sobre todo no me dejes huérfano de ti-.
Me quedé sin palabras, me sentí la peor del las mujeres, me consideré la más cruel de las esposas, y la más infame madre. Me disponía a pedirle perdón por todo lo sucedido, cuando tapando mis labios con sus dedos, manifestó: -Sólo te pido una cosa, vive tu amor apasionado con ese hombre, pero cuando la pasión te lleve a la total entrega, dímelo y permite la mía. No quiero sentir la terrible duda de que si hay niños sean o no míos. Siempre serán míos-. Le contesté que lo comprendía, que nunca tendría un hijo que no fuese suyo. Se preparó y se marchó a trabajar.
No esperaba este tipo de narración. Me dejó pensativo, había crecido lo suficiente para comprender la prueba de amor que acababa de escuchar. Al comienzo del relato los celos, los estúpidos celos, me habían hecho sentir que él estaba utilizando algo que me pertenecía. Cuando terminó, de haber sido posible, le hubiese estrechado la mano, profusamente, reconociéndole el amor sin medida que sentía por su mujer, y su hombría de bien. Comencé a respetarle.

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